La miseria nacional se puede ver en un zapato, el grado más alto de extrañamiento del amor filial en una dentadura postiza que viaja en una cartera sin destino fijo: tal vez vuelva a la boca de la madre hospitalizada o tal vez adorne su cadáver. Desde el principio de La última vez que maté a mi madre , recientemente editado por Perfil, Inés Fernández Moreno demuestra tener el ojo del coleccionista. Captura el fragmento que es capaz de hablar por toda una serie, el trazo revelador.
Antes de esta primera novela, la autora publicó dos libros de cuentos: La vida en la cornisa y Un amor de agua , ambos de la década del noventa. El humor, la inmersión en el mundo de la infancia, la curiosa experiencia de la maternidad, la decadencia y la mutilación de los cuerpos ya están ahí. Hoy, Inés Fernández Moreno combina su producción literaria con su trabajo como directora creativa en publicidad y con una multiplicidad de roles familiares.
-¿Cómo fue ese pasaje tan temido para muchos entre el cuento y la novela?
-Todavía me cuesta decir que se trata de una novela, en realidad. En el medio dudé mucho, no podía dejar de preguntarme constantemente qué es una novela. Porque yo estoy acostumbrada a manejarme con mucha comodidad con el cuento, a partir de una idea clara que puedo trabajar con cierta certeza, de un modo fragmentario; es posible incluso que se me ocurran cosas mientras voy en el subte, mientras camino por la calle. Pero una novela, en cambio, exige un tipo de concentración muy especial, muy intenso; es una cosa movediza, sobra y falta de todo, nunca se sabe bien en qué dirección se está avanzando. Los datos de la realidad, por ejemplo, que no me producen ningún conflicto en la trama de un cuento, no eran nada fáciles de resolver en esta novela: decidir las calles por las que caminan los personajes, lo que comen, el lapso exacto que pasa entre una cosa y otra. Luego, y por sobre todas las cosas, es muy difícil y muy importante encontrar el tono en una novela. Me tuve que enfrentar a muchas dificultades a la hora de unir las diferentes partes.
-En ese terreno aparentemente más seguro del relato breve, algunos cuentistas aseguran conocer el principio y el final antes de sentarse a escribir. ¿Cuáles fueron las cosas que usted ya sabía antes de empezar esta novela?
-Yo sabía que quería escribir acerca de lo que me había pasado durante un año de trabajo en una agencia de publicidad infame, donde no me pagaban, en una época dificil del país y de mi propia historia. Tenía el colesterol a niveles inusitados, iba de acá para allá llevando un tupper con comida que no atentara contra el colesterol, agotada, y pensé que me gustaría contar eso. También quería recuperar recuerdos de infancia relacionados con lo familiar y tenía, por otra parte, la vieja fantasía de escribir algo que tuviera que ver con mi generación, para cuyos integrantes el destino se abrió claramente en tres: los que se quedaron, los que se fueron y los que se murieron. Yo sentía que tenía distintos materiales que quería ir entrelazando.Combiné entonces la situación autobiográfica de la enfermedad de mi madre con el caso de una amiga desaparecida, a partir de la cual pensé uno de los personajes femeninos de mi novela, y eso me permitió abordar el destino de una generación que fue devastada por sus ideales políticos. Luego incorporé también un poco de trabajo en la agencia y de situación actual.
-¿Esta es la vez en que le parece haber trabajado más a partir de lo autobiográfico?
-No podría diferenciarlo muy claramente. Creo que toda vivencia de un escritor se convierte finalmente en material literario.
-En muchos pasajes de la novela aparecen referencias a temas cruciales que después la narración descarta. Menciona, por ejemplo, la vida amorosa de Lina, el personaje principal, pero no se inmiscuye en ella, ni en la historia de los mellizos que en un momento dice haber engendrado. ¿Por qué ha evitado esos terrenos en el caso de un personaje que atraviesa un momento de crisis personal profunda?
-Porque yo quería ubicar a Lina en un contexto de historia más familiar, y entiéndase por ello el pasado, ese pasado previo a todo relación de pareja. Por eso ahondé en ese mundo de la infancia de las tres amigas, en la adolescencia. Quería, sobre todo, tomar a Lina en el presente, ubicada en el eje de las amigas de la infancia y en el eje de la madre. Quería dejarla lo más sola posible frente a su angustia.
-Su novela tiene un humor que no resulta muy frecuente en la literatura argentina. ¿Cuáles son los referentes en los que piensa?
-Pienso en Cortázar, en Macedonio Fernández y, en el caso de una mujer, pienso en la literatura de Hebe Uhart. El humor que me interesa siempre tiene que ver en realidad con la inteligencia y con la capacidad de ver las cosas desde otra perspectiva; me interesa el humor más que la risa.
-Hay también humor en la obra de su padre. ¿Cómo ha funcionado en su trabajo literario el hecho de ser hija de César Fernández Moreno y nieta de Baldomero?
-En principio, como un gran obstáculo, la negación para mí de toda posibilidad de escritura. Ya lo habían hecho ellos, ¿para qué lo iba a hacer yo? Sin embargo, siempre estuve cerca de la posibilidad de escribir, no la erradiqué de mi vida, estudié Letras, trabajé en publicidad. Fue justamente en una época de poco trabajo en una agencia que me decidí a hacer notas para diarios y ahí se me produjo un clic. No pude parar de escribir, pero siempre narrativa; creo que la poesía es algo imposible para mí. Empecé un taller de narrativa con Abelardo Castillo y a partir de ahí sentí que se ponía en funcionamiento algo que siempre había estado latente en mí.
-En su obra en general hay una tendencia a indagar en universos femeninos, a recurrir a puntos de vista femeninos. ¿Cómo fue la construcción de Tomás, el personaje masculino que tiene más peso en la novela?
-Surgió como una respuesta a las trabas que me ofrecía la narración, a ese personaje femenino que siempre se estaba mirando el ombligo. No me fue fácil construir un personaje masculino. Por momentos pienso que se parece más a Lina de lo que debería. Creo que con los personajes femeninos estoy como en mi salsa, todo me resulta más accesible, con lo cual no quiero decir que sólo se pueda escribir de lo que a uno le resulte próximo. O sí, pero en ese caso el sexo sería como la profesión: si un astronauta escribe una historia seguramente escribirá acerca de cosas ligadas a su mundo. No estoy situándome, por escribir acerca de lo que me es más cercano, en ese mundo de la literatura femenina que ha sido tan bastardeado.
-¿Cuál es su relación con ese mundo?
-Nula, no lo pienso como algo a lo que se puede pertenecer o no. Para mí, la clasificación más válida es la que distingue a la buena literatura de la mala. |