Tal vez sea la experiencia de la soledad la que da el tono principal de esta primera y notable novela de IFM. Una soledad no declamada ni exhibida, sólo manando desde el origen de la relación de una mujer con su madre y de esa mujer con el mundo. Una escena primaria de desamor materno instala el vacío que nada podrá colmar: ni la lucidez con que se lo ve, ni el análisis con que se lo escruta, ni la anhelada indiferencia con que se pretende olvidarlo. Pertenece al género de vacíos para los que sólo queda el camino de la reconversión en otra cosa. Este vacío es el que rodea a la protagonista de la novela, Lina Casté, la hija, personaje que parece encarnar el intento por cumplir con aquella idea de Sartre: no importa qué hicieron conmigo, importa lo que yo hago con lo que hicieron de mí.El pasado inmediato del país, las marcas de una generación, la realidad cotidiana de Buenos Aires, el regreso efímero de los que se fueron o de los muertos, bajo la forma de cartas o legados, hechos y personajes, giran alrededor del departamento de la calle Juncal, centro de la novela, donde se debate la relación conflictiva de la madre divorciada y sus hijas Lina y Valeria.La última vez que maté a mi madre es una novela de personajes cuyas historias convergen en el presente del texto y tienen un pasado común; pasado que vuelve en los itinerarios que describen por la ciudad Lina y Tomás. Lina Casté ha quedado una vez más atrapada en los rituales de la última operación estética de su madre. En el interior de la reflexiva y solitaria Lina debaten permanentemente dos mujeres: la independiente y la que obedece: La tenaz mula que vive en su interior y con quien debe compartir y discutir hasta las más insignificantes decisiones. (No hay nadie más chupamedias, ni pusilánime.) La mula tiene que cumplir con todos los preceptos, con todos los gestos lógicos. Una adoradora de las rutinas. Esta mula es sobre quien ha prevalecido la madre mediante bromas humillantes, el desafecto o la descalificación.Aunque no se conocen, Lina y Tomás comparten las experiencias comunes de una generación. El ha vuelto brevemente al país a liquidar restos del pasado.El recorrido de Lina por la ciudad es el de su rutina cotidiana, el de los lugares que a fuerza de repetidos se tornan invisibles: el subte, la calle, las sórdidas reuniones de trabajo. Pero (como sucede con otra escritora muy particular, Hebe Whart) el texto de esta novela de IFM tiene la virtud de revelar la vaciada nimiedad cotidiana y recargarla de un sentido inesperado. Inés Fernández Moreno -autora de dos excelentes libros de cuentos: La vida en la cornisa y Un amor de agua- es una de las escritoras más auténticas de un conjunto heterogéneo de gente que empezó a publicar en la era de la democracia: sus libros están construidos desde una mirada singular sobre lo real que encuentra en la literatura su campo natural de expresión. Los personajes de IFM viven en lo inmediato, en lo cotidiano familiar, percibible no sólo en la mención de los objetos, los ámbitos, las personas, los tiempos urbanos y las urgencias triviales y reconocibles, sino en la mirada que los identifica, como si desde esa perspectiva, que a veces es lo furtivo, la autora encontrara la veta más profunda desde la que puede nombrarse lo intraducible de la vida. Hay mucha literatura alrededor del universo femenino, dando por sentado que éste se agota en el confesionalismo o en personajes obligados por sus autoras a dar cuenta del mundo distinto de la mujer como un registro misterioso que hay que revelar. La intención quizá sea revelarlo al otro distinto que vendría a ser el hombre. La paradoja es que los lectores masculinos no demuestran interés por enterarse de esas revelaciones.Esta digresión viene al caso porque el espacio que con soltura maneja IFM es, justamente, el cotidiano. Mejor dicho, desde donde despega. Porque en esta novela lo cotidiano (el mundo reconocible de lo inmediato) de golpe invierte su sentido por una reflexión que entra de costado en el texto y lo subsume en el humor, el grotesco o el absurdo. Pronto advertimos que la sordina que cubre los hechos más terribles (la historia de Valeria, el intento de suicidio de la madre frente a su hija) es una característica de esta escritura que se cuida muy bien de caer en el énfasis y valora el registro imparcial, a veces irónico, casi siempre cruel, de los hechos.La vida cotidiana también se enrarece, agazapada para saltar, en el departamento de Juncal: la convivencia de la madre divorciada y sus dos pequeñas hijas, después adolescentes y luego adultas; hijas atónitas, observando las maniobras de ese otro ser que puede mostrarse, como ninguno, terrible.La tensión entre el personaje y su realidad comienza ya en las primeras páginas: Lina junto a un árbol de la vereda pensando si será capaz de abandonar allí la dentadura postiza de su madre, que lleva en la cartera, ya que el mandato ha sido que si la madre muere (cosa que no ocurre) ella tiena la obligación de ponérselos antes de que nadie vea el cadáver. Esta escena inicial contiene elementos a desarrollar a lo largo de los capítulos: el imperativo materno, la docilidad de Lina, lo grotesco y el humor, el gran antídoto.La novela cuenta, además, otra historia: la de la amistad entre Graciela, Lina y Adriana, que se cruza con la de Tomás. Entre estos personajes, que se mueven entre la melancolía y la muerte, estalla la madre. Ferozmente aferrada a la vida, neurótica, culta, esa madre a la que le gusta hacer bromas siniestras y avergonzantes o que pide ayuda a Lina para suicidarse, termina transformada en un gran personaje. Un hallazgo es el modo en que la madre se dirige a Lina: ¿Así vas a salir, chica?. ¿Qué te pasa, chica? Ese chica, para nombrar a su hija desde la infancia (el más genérico de los sustantivos), es de gran eficacia. Otro logro es no usar el primer plano para este personaje: sus mesas de póquer, sus intentos de suicidio, sus amantes, son vistos a través de la mirada azorada o aterrada de las dos hermanas que apenas logran entrar en el estrecho campo de interés que les otorga la madre.No hay concesiones ni autoembellecimientos en esta novela: ni en la historia ni en los personajes. Hay humor e ironía para soportar la realidad pero, sobre todo, hay una cruda y triste verdad llevada hasta el fin. Y este rigor de ir hasta el fin la transforma en inolvidable. |